DICEN
Dicen que en Navalperal
no hay mar.
¿Acaso nadie se ha fijado
que sus atardeceres
son de turquesa y fuego?
¿Qué la espadaña
de la iglesia es faro
que tañe
cuando, en una marejada de la vida,
algún ser humano
perdió su alma?
Dicen que no hay mar
en Castilla.
Asómate a la ventana
y mira
esos prados mecerse
como olas por la brisa.
Mar Capitán, Mayo, 2005
HERALDOS
CORITOS
El cielo azul turquesa
de las tardes otoñales
se rompe en jirones de fuego
sobre los escasos paseantes
que apuran los instantes
de luz que quedan
antes de que la noche
cierre en su casa las puertas.
Ese viento que agita las entrañas
viene anunciando
tardes lentas
al amor del brasero de la mesa
y nieves azules
que de súbito cubrirán la meseta.
Ten cuidado,
piensa que detrás de ella
puede venir una sombra negra
que se lleve
lo que tú más quieras.
¿Y la eternidad?
La eternidad es lujo
de un día,
y, a veces, ni eso,
es tan sólo un instante,
lo que dura un beso,
una risa,
una mirada
a través de la ventana.
Después no restará nada
de lo que fuimos un día.
Ramas invisibles
cubrirán nuestros nombres
cuando los días se vayan
y sólo quedará de nosotros
la mirada de un niño
que se perdió en el tiempo
mientras los ríos regresan
a la Luna
que se esconde tras la niebla
del olvido.
Mar Capitán, 2009
FIESTA EN NAVALPERAL
El sol de la mañana se divisa por oriente
y evapora el rocío
del alba de fiesta que amanece.
Los mares de hierba agostada se mecen
al son de dianas de la banda,
con trinos de pájaros que auguran
un alegre despertar teñido de añoranzas.
Mientras las campanas tañen,
golondrinas y tordos llaman al unísono
a las crías que acaban de salir del nido.
Tras la misa mayor, la procesión:
el alcalde, los concejales,
las bellas damas
toda la plana mayor,
seguidos de los músicos y
de todos los vecinos luciendo sus galas
recorren las calles Cristo a cuestas
en esa frágil barquilla y Él, con su mirada,
amansa a esos que no creen en nada.
Subasta de banzos,
el himno corito,
un vermut en la plaza
antes de volver a casa
hacen que la mañana se alargue,
que el círculo del día
en el que estamos girando
nos parezca un río
en busca de un mar
escondido en la montaña.
En unas horas llegará la tarde
y el cielo turquesa
se romperá en jirones de fuego
sobre los andariegos.
Y llegará también el viento,
ese aire corito heraldo de tardes lentas
al amor del brasero de la mesa
y de nieves azules que dentro de poco
cubrirán la meseta.
Tras la noche de fiesta,
sólo unos pocos quedarán en la plaza
intentando alargar el tiempo
que implacable pasa.
“¡Apúrenlo!”, pensarán los viejos,
que, tras los nombres
de los que ya se fueron
sólo quedan los recuerdos
y, tras éstos,
el olvido de la eternidad.
Luego… ¡nada!,
o tal vez sí:
las palabras rimadas de este poema
que una tarde escribí.
Mar Capitán, 2010